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Una vez y cansado de hacer nada, tomé mi guitarra y me aventuré a tratar de conseguir algo con que pasar el día.
Armé una especie de rutina para captar la atención de por lo menos un par de aquellos.
Para empezar, intenté encajar unos acordes para esos pocos oyentes que no oían el mundo con los audífonos de sus mp3s.
¿Vienen cansados de sus trabajos?, pregunté sin prejuicio alguno y sin esperar respuesta.
Para mi sorpresa oí desde lejos un frío, rotundo y decidido: sí.
Sin saber a que atenerme y con una sinceridad admirable, incluso para mí, miré a aquel hombre directamente a los ojos y le dije la única frase coherente que se me ocurrió en ese momento :
“Cuantas veces he soñado, mientras espero la siguiente micro, poder venir cansado de algún trabajo. Así quizás regalaría las monedas que no dejé de propina en el capuchino de la mañana”.